miércoles, 1 de diciembre de 2010

Sin preámbulos

 

Fui al teatro, pero por una confusión, no pude entrar. No hubo forma de ver la función. Así que paseé calle arriba, calle abajo, sin saber qué hacer. Y a los cinco minutos visité una librería de teatro, y de ello hablé con el librero. Hojeé algunos libros, le pregunté por otros, dispuesto a comprarlos si los tuviera; ya que no había podido entrar a ver la función, quería irme con algo bajo el brazo, preferiblemente barato y pequeño. Pero aquel hombre no tenía nada de lo que le pedía, sólo una conversación inagotable. Y de repente entró en la tienda una señora que yo conocía, la madre de un amigo. Salí con ella mientras me decía que no había podido ver la obra de las 8 y media, la siguiente a la que no pude ver yo, que era a las 8 de la tarde. Así que allí andábamos los dos, sin teatro. Sin nuestro vicio. Y de repente ella dijo la frase clave: "¿nos tomamos algo?" Yo contesté que por supuesto. Y fuimos a un sitio que conocemos ambos bastante, un bar al que va el público (que siempre tiene razón), después de ver la función en diversos teatros de sus alrededores. También van lo actores, y se puede ver muchos a eso de las 10 de la noche. Y entonces, allí, a la barra del bar con un vaso en la mano, me percaté de algo importante, muy importante para mí, algo que iba a cambiar mi concepción del mundo. Me di cuenta de por qué me gustaba el teatro. Tantos años intentando descubrir si lo que me movía eran sus argumentos, sus actrices y actores, sus personajes trágicos o cómicos, el hecho teatral en vivo que es distinto cada día... Nada de eso. Tampoco era la pasión que algunos ponen en llevar a cabo sus proyectos, ni el verme reflejado en un personaje o identificarme con un rasgo de algún otro, o reír allí dentro, o llorar, o salir purificado, renovado... Ni aprender de lo que les sucede a los personajes para no repetirlo. Ni me gustaba la música, los decorados, o la estética de algún espectáculo concreto. NO. Lo que verdaderamente me hacía feliz del teatro era: el  bar, tomar algo, la charla sobre lo que se ha visto y lo que no, el momento de después, ¡¡¡LO QUE ME GUSTABA DEL TEATRO ERAN LAS CAÑAS!!! No me lo podía creer, tantos años engañándome a mí mismo, intentando creer lo que no es, tratando de alcanzar imposibles... Habíamos ido a tomar algo directamente, sin preámbulos, sin tragarnos el tostón de turno. Ahora me lo explico todo, ahora comprendo la necesidad que tengo de ir cada tarde al teatro. Maldición, ¿cómo no me di cuenta antes?... La madre de mi amigo me dio la razón cuando se lo conté. Estaba totalmente de acuerdo, se dio cuenta de que pensaba lo mismo que yo. Exactamente lo mismo. Y ahora que escribo esto, pienso que seguro que no somos los únicos.

 

nico guau

 

 

4 comentarios:

peter gunn dijo...

muy bueno

lo dijo...

jajaja muy bueno sí, muy bueno

Lila dijo...

las cañas con los amigos son maravillosas

elquesea dijo...

el tercer tiempo