domingo, 18 de enero de 2009

los teatros se cierran

ayer me planté de casualidad delante del teatro albéniz, pues la velada manifestación de la puerta del sol se disolvió antes de las 11 de la noche, vaya velada; lo único que vimos era un trabajador del ayuntamiento apagando las velas con saña,
 
y subimos por la calle del albéniz, con sus puertas tapiadas de ladrillo, y su inmensa fachada iluminada ¿para quién?; una puerta no estaba tapiada, sino cubierta de una reja que permitía ver a través de ella y del cristal el hall del teatro, con sus estatuas de madera recibiendo al público y en este caso recibiendo a los mirones, yo y una actriz, m.p., a mi lado, los dos asomándonos por la reja, yo le di un beso a la reja, qué chorrada, un beso a la reja, fría,
 
entre las tapias de ladrillos había dos carteles que indicaban dónde había que comprar las entradas, dos carteles azules con flechas, ¿entradas para ver la demolición?, ¿lo van a demoler?; justo al lado del teatro una buhardilla se vende, ¿nos la compramos, tú? 
 
en la acera de enfrente estaban, esperando para entrar a tomar un vino, j.p., t.v., r.f, p.m. y d.e. (me gusta escribir las iniciales, porque así nadie se entera de quién estoy hablando); entramos a tomar un vino en el bar de enfrente, ese de madera, el de las torrijas, yo olvidé que los teatros se cierran con un mosto y un poco de tortilla de patatas, qué rica, y probé el bacalao, y el queso, qué rico, 
 
los teatros se cierran, pero a mí con tortilla de patatas se me olvida; y con queso, con queso también,
 
¿o no? 
 
después de dejarme seducir por el mosto y la tortilla, me dieron ganas de meterme un teatro cerrado por el culo,
 
¿o no?

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